Bogotá, recostada en la Sabana

Escrito por: Stefan Ortiz

Públicado en: La Silla Vacia 

La Sabana de Bogotá es una particularidad geográfica que necesariamente ha marcado a todos los que nacimos ahí. Los paisajes de color verde intenso, con su niebla matutina y sus cerros vigilantes. Ahí se ven, como venas verde-oscuro que sobresalen en la planicie.

Foto: S.O.

 

“Bogotá se deja simplemente estar al pie de las montañas, con la deliciosa naturalidad de quien se echa o se recuesta, sin modestias pero sin alardes, sabiendo que encontró su lugar. “Martín Kohan, 2015. Libro al Viento. Alcaldía Mayor de Bogotá.

Esta es una vista sateltital de la Sabana de Bogotá, mirando desde el gigantesco páramo del Sumapaz hacia el norte.

Una planicie altoandina incrustada en medio de picos, valles, cuchillas, propias del majestuoso relieve de la Cordillera Oriental de los Andes colombianos. En la imagen se alcanza a percibir ese paisaje único en el que reposa Bogotá.

De oriente a occidente, se asoma el piedemonte llanero, con sus ríos que bajan de la cordillera y serpentean en sus tierras planas, fertilizándolas con nutrientes y materia orgánica. Si seguimos subiendo las faldas de la montaña nos encontramos con bosques en distintos pisos térmicos, que gradualmente abren paso a las cimas paramunas.

Los páramos circundan a nuestra Bogotá. Cada uno con su propia majestuosidad. Al Sur, el Sumapaz, formando ese enorme manto café en la imagen, separado de Chingaza por un valle en el que se encuentran Cáqueza, Ubaque, Fómeque y Choachí. Región de gran riqueza hídrica y en biodiversidad, en la que se cultivan desde tubérculos altoandinos hasta frutales y café. Ese complejo de páramos continúa más al norte, si miramos la imagen al nororiente vemos a lo lejos otra seguidilla de páramos, entre los que está el de Guerrero, Guacheneque – donde nace cristalino el río Bogotá – Pisba, y otros.

Seguimos recorriendo hacia el occidente y subimos los Cerros Orientales bogotanos, desde donde se divisa la Sabana de Bogotá, dominada por una ciudad que la transformó para siempre. Y la seguirá transformando.

La Sabana de Bogotá es una particularidad geográfica que necesariamente ha marcado a todos los que nacimos ahí. Los paisajes de color verde intenso, con su niebla matutina y sus cerros vigilantes, su olor húmedo. Ahí se ven, como venas verde-oscuro que sobresalen en la planicie. El cerro más pequeño al norte de la ciudad, la Conejera, dominado más por el gris urbano, pero con naturaleza aún persistente.

En ese borde Norte, entre los Cerros Orientales, la Conejera, el río Bogotá y el cerro Majuy en Cota, está la reserva Thomas van der Hammen. Una franja que conecta esos ecosistemas fundamentales para mantener la funcionalidad orgánica de este territorio inmenso y único.

Al cambiar la mirada, apuntando al Occidente, sobresalen los Cerros Orientales con su densidad de vegetación que pareciera contener como puede al crecimiento de la ciudad. Ese ‘monte’ a veces pareciera también adentrarse un poco en la mancha gris, dejando pequeños parches verdes que apenas logran ilusionar con la posibilidad de que, algún día, se abran caminos de naturaleza urbana que saquen de su orfandad a las quebradas bogotanas y las vistan de biodiversidad a la manera de una colcha que logre conectarse con los brotes de verdor que se alcanzan a percibir a lo largo y ancho de la ciudad. Ahí está la importancia de parques, plazas, huertas urbanas, universidades y colegios, espacios verdes, separadores, humedales, áreas protegidas del Distrito Capital, y demás lugares de esperanza de una ciudad que se funde con el ecosistema en el que está recostada.

Existen posibilidades de conectividad, tanto en los bordes de la ciudad como en medio de las localidades. Existen pinceladas verdes que nutren la visión de una ciudad que permite que lo rural penetre la capa urbana, que los ecosistemas no sean simplemente un telón de fondo sino que invadan las calles, parques y plazas, y le cambien el color a esa mancha gris.

Al Occidente, se abre la Sabana de Bogotá, con su constelación de pueblos y ciudades satélites. Soacha absorbida, Mosquera y Funza muy cerca de serlo, Cota y Chía, próximas pero aún con su espacio. Subachoque y Tenjo, aún sabaneras, rodeadas de esos paisajes abiertos que cada vez se vuelven más raros. Y al borde occidental de la Sabana, Faca, su puerta de oro, vecina de Bogotá pero también de los pueblos que bajan vertiginosamente hacia el valle del Magdalena.

Esa constelación debe mantenerse como tal, en vez de someterse a un cambio radical que la transforme en una mancha uniforme arrolladora como locomotora del desarrollo.

La riqueza de esta región es imposible de poner en palabras o en imágenes. Pero es innegable, ha sido estudiada, está documentada, y hace parte de nuestra memoria biológica y cultural. Los suelos de la Sabana contienen esa riqueza, son fértiles, irrigados, vivos. La conurbación es evitable si hay decisión política y acción popular. Si recordamos y reconocemos el territorio que habitamos. Si entendemos que la Sabana de Bogotá es un organismo vivo con un metabolismo del cual hacemos parte, y que a su vez integra un organismo mayor que es la Cordillera Oriental. Todo se comunica y se conecta.

Re-verdecer la ciudad en cada escala importa, desde la terraza y la huerta, hasta la estructura ecológica principal. Nuestras acciones cuentan si son conscientes de las escalas que se entrelazan. Y cuentan aún más si se unen en redes de acciones.

Bogotá y la Sabana son un tejido socioecológico que tenemos que defender de las miradas uni-dimensionales.

Algunas redes de acción e información:

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